19 de junio de 2015

Un Poquito Grande


Todavía recuerdo cuando de pequeño salía con mi abuela a caminar por las calles aledañas a la casa, ella hablaba demasiado y siempre quería ir de visita a donde Las Monjas de una Congregación cercana, saludarlas, confesarse y por supuesto a misa de once, luego de salir recuerdo bien los pastelillos que nos compraba como si fueren recompensa por la compañía.

En algunas vacaciones casi en la misma preadolescente edad, recuerdo haber visto a la niña de cabellos rubios y rostro de ángel más hermoso de mi planeta, por ella continué asistiendo al curso de no se qué al que me habían matriculado, lo único que pude obtener fue una hermosa sonrisa, su nombre y compartir la tarea de turno en esa tarde.

Un día de Celebración de las Madres, en algún colegio de mi primaria, estaba orgulloso del regalo que había hecho para ella y la esperaba para entregárselo, el problema radicaba en que mi madre se tenía que repartir entre dos hermanos más, pese a todo el amor que me tenía le fue físicamente imposible llegar a tiempo, recuerdo bien cuando en lágrimas le entregué tarde mi amoroso infantil obsequio. Ella me abrazó.

Los domingos eran para salir en familia, siempre buscábamos aventuras con papá, como ir a bosques tupidos de árboles inmensos para mi corta edad, escalar cuestas que en su momento vi tan altísimas y escarpadas que hasta terror me daba, ir a una piscina a chapucear al ritmo de mis torpes brazos, recuerdo bien a papá alentándonos para que siguiéramos su adulto paso y recuerdo bien cuando llegábamos al otro lado socorridos por su mano.

Voy a hacer una declaración de frente: Los pastelitos de mi abuela, La niña de cabellos rubios, El amoroso infantil obsequio y La adulta mano de mi papá entre otros tantos momentos, años después los recuerdo como grandes eventos en mi vida que de alguna manera me marcaron, los tengo tan presentes con la misma fidelidad con la que puedo recordar el agradecimiento del amigo por el favor que le hice ayer, las gracias del señor al que le cedí el paso en la vía, o la limosna que entregué sin importarme el destino.

Todo lo anterior, en mi diccionario personal, significa PoquitoGrande, y son esas pequeñeces que vives con la vida del amante y a la carrera, pero que te avivan el día y te ponen esa típica cara de ponqué, la llamada tempranera para decir la frase más cursi, el beso robado, el sexo robado, la cita del café, la cita del hotel, un suelto y desprevenido e inadvertido te pienso arrenjuntado a un te quiero, un abrazo con brazos y corazón también, cada segundo compartido parece una eternidad y se debe vivir así tal cual.

Y cuando digo: “No hay nada mejor que un poquito grande”, me refiero a esos poquitos que hacen grande nuestra vida, lo que vivo hoy, aunque sea bueno o malo, ético o estúpido, es importante y me urge hoy más que tantas otras cosas que llevo a cuestas de tiempo atrás, pero que no puedo soltar, que no podemos soltar.

En ocasiones el PoquitoGrande es tan importante y duradero como las grandes cosas que uno hace por poquitos y siempre mejores que esas otras cosas en las que lleva tantos años haciendo que ya ni se acuerda del significado, a veces desear así a una persona es mejor que amar por costumbre o por mera posesión a otra, en fin, cada cual va para donde más se acomode y mas fácil le resulte vivir, somos animalitos de costumbres tan básicas que a ratos me sorprendo y entiendo el motivo de tanta violencia.

¿En dónde convergen, La pasión, La entrega total y El amor real?



SEIS SENTIDOS.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario