22 de junio de 2015

EL PADRE DE MI PADRE

La naturaleza es sabia y desde la gestación impone un orden natural para la vida y es ese sencillo y lógico orden con el que llegas al mundo y tus padres jóvenes, fuertes, deseosos, hábiles y felices te reciben en un hogar diseñado para ti y te cuidan y te protegen porque eres indefenso y luego te orientan y te enseñan porque no sabes del mundo y es entonces cuando esas jóvenes, fuertes, deseosas, hábiles y felices manos, ahora con algo más de años, te dejan volar.

Si tienes suerte y aprovechaste esa crianza y eres el buen ser humano que hicieron de ti, nunca te separarás de ellos por más lejos que vueles, pero sucede que un día vuelves a casa y los encuentras siendo ellos mismos pero en otros cuerpos. Tal vez la vejez de tus padres sea curiosamente la última enseñanza y una última oportunidad para devolver los cuidados y el amor que te han dado por décadas.

El orden y la disciplina que algún día impartieron para el hogar y para cada uno de sus hijos, ya poco les interesa y ahora quieren descansar, la mano fuerte que te fue estricta hoy es imprecisa por los dedos torcidos, la espalda ancha y recta ahora está encorvada, el pelo se ha ido y el que queda es gris, el caminar es lento y sus rostros entredejan ver un mapa de arrugas llenas de experiencia, pero sus ojos, ahhhh esos ojos jamás cambiarán.

Cuando mi padre enfermó de Cáncer, durante su convalecencia se le cubrió con los mejores cuidados médicos posibles, como cuando yo era pequeño y tuve los mejores pediatras, y tapaban las tomas de corriente, y ponían rejas para que no cayera por las escaleras, y evitaban las mesas para que no me pegara con los bordes puntiagudos y hasta una niñera para que cuidara de mí alimentación y mi sueño. En pocas palabras me dieron la mejor calidad de vida. Cuando a él se le trasladó a casa fue necesario dotar una habitación con todos lo necesario para que estuviera lo mejor posible, una cama de hospital, se movieron muebles para que pudiera ahora rodar en su silla, se transformó el baño y una enfermera para que cuidara de su alimentación y su sueño. En pocas palabras, no solo deseábamos que tuviera la mejor calidad de vida, sino más vida.

Es en ese momento cuando te das cuenta que ese orden tan sencillo y natural ya no es lógico y ahora somos los hijos quienes tenemos que cuidar de ellos y llevar las riendas del hogar. Es ahí, en ese momento cuando nosotros como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida, aquella vida que nos engendró y que ahora depende de nuestra vida para morir en paz.

Al igual que yo unas décadas atrás, él permaneció rodeado de todos quienes lo aman, espero que no le haya faltado nada, como tampoco me faltó a mí.

Ya consumido por su cáncer, postrado en cama, arrugado, delgado y frágil, era necesario bañarlo o sentarlo en su silla de ruedas y para ello se hacía necesario levantar su inerme cuerpo y mientras la enfermera hacía la maniobra para moverlo. Yo le ayudé. Tomé a mi Padre entre mis brazos y acomodé los suyos sobre mis hombros y me quedé abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a toda mi infancia, el tiempo equivalente a mi adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable. Lo acaricie, lo consolé y le dije: - Estoy aquí, estoy aquí, papá!. Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí.

A esa altura de su enfermedad él ya no podía hablar, pero me miró y lo hizo con esa mirada franca de amor incondicional que solo quien es padre puede hacer, mirada de aceptación, de triste resignación, me miró por ultima vez con esos ojos, ahhhh esos ojos que jamás cambiarán.


Fui el padre de mi padre.


"FELIZ EL HIJO QUE ES EL PADRE DE SU PADRE ANTES DE SU MUERTE, Y POBRE DEL HIJO QUE APARECE SÓLO EN EL FUNERAL Y NO SE DESPIDE UN POCO CADA DÍA."



No hay comentarios.:

Publicar un comentario