Normalmente
suelo dejar a cupido en otra mesa, en otra cama. El cupido que me acompaña al
hombro debe tener la nariz chata de tantas veces que le he cerrado la puerta en
la cara. Pero esa noche no, esa noche se coló por alguna rendija y me hacía
poner esa cara de pendejo que ponen los que aman, los que desean, los que
habitan en las cosas que tienen sentido.
Llegué temprano para nuestra habitual cita de jueves y como siempre me ha gustado el trepidar ubiqué una mesita cerca a la chimenea, pedí un Jack Single Barrel doble y seco para que la espera por ella fuera menos solitaria. Abri mis notas y pese a que yo estaba un tanto triste escribí sobre sucesos felices. Pasó el tiempo levanté mi cabeza y ahí estaba, tan ella como siempre.
Mientras
esa mujer me hablaba, su voz en off flotaba en el ambiente y no
la escuchaba porque en ese mismo instante lo que veía en ella era
infinitamente superior a lo que pudiera estarme diciendo. La miraba
fijamente, comenzando por ese mechón desordenado en la frente que sus dedos
intentaban infructuosamente poner en orden, descubriendo el color de sus
mejillas que se habían tornado rosa, adentrándome en sus gigantes pupilas,
armando un mapa con las arruguitas de sus labios como esperando que me llevara
a encontrarme algún tesoro, rozando su mentón con mis anhelos.
La interrumpí de
sopetón describiendo el sueño que yo despierto vivía ahí sentado frente a ella
y mirando ese espacio en su rostro que se forma entre la unión de los ojos
profundos, las cejas prolijamente cuidadas, el batallón de largas pestañas y la
frente, Le dije:
-Estoy
comenzando por la cabeza, voy poner mi nariz entre tu pelo mientras mis dedos
juguetean entre él, llevo los mechones tras tus orejas tan sólo como para
poder verte bien, muy lentamente te beso cada relieve y cada oquedad de tu
cara, bajo luego por tu cuello, lo lamo y muerdo hasta llegar a ese
huequito que forma el hueso de la clavícula y la recorro de extremo a extremo-.
Su cara
de sorpresa clavaba sus ojos en mis labios y mientras le hablaba noté que el
lado izquierdo de su labio superior temblaba con un curioso tic de inesperado
nerviosismo.
-Ahora
estoy llegando a la protuberancia de tus senos y comienzo mi carrera ascendente
hasta tus pezones y no fui particularmente gentil. Quizá tampoco
querías que lo fuera-.
-No-.
Dijo ella con voz firme, tenue y clara.
-Bajé a
tu abdomen y aterricé en tu ombligo, amaricé y nadé hasta el monte sagrado y
rocé tu entrepierna con mis suspiros-. Proseguí.
Su
mirada se clavó en algún punto del infinito techo de aquel lugar pequeño.
-Te
siento-, susurró.
-Inhalé
y desee olerte toda-, dije rápidamente.
-A qué
huelo?-, Inquirió al instante aún sin despegar sus ojos del cielo.
-Hueles
a esa amalgama que se forma cuando una mujer se convierte en hembra-. Y
entonces quise saborearte, -¿A qué sabes? ... querrás saber-, dije como
adivinando su pregunta.
Bajó la mirada y la puso fijamente en mis labios.
-Sabes a esa amalgama que se hace cuando el
delirio prohibido se torna en la sensatez de la realidad-.
-Y
entonces pensé que debía saber cómo funcionaba cada parte de tí y pasé
veintiocho días con tu cuerpo, aprendiendo de él, conociéndolo sin perderme
detalle. Te veías realmente bella cuando te acosté sobre la espalda y tomé tu
pelo y lo extendí sobre la cama y te pedí
que no cerrarás los ojos antes que abrir tus piernas porque quise que me
observaras bien, quise que no olvidaras quien iba a entrar en tí y
te abracé y te besé y abrí mis ojos y te miré la carita y te reconocí entonces
como la más bella de las mujeres hecha hembra para mí. Y nos
besamos con furia cuando encajaste tu boca dentro de la mía, mi mano ensortijaba y halaba un mechón de tu pelo, entonces arrastré mi lengua hasta tu garganta, puse dos dedos de mi mano derecha en
tu culo y dejé que mi pene te penetrara una vez más con más fuerza de
lo que yo quería y más duro de lo que querías, llegué hasta el fondo de tu olor
a hembra y de tu sabor a sensatez y me hiciste caso. No cerramos los ojos hasta
que ya por fín nos movíamos acompasados y por supuesto, fué bello. Esa fue la
manera más franca que encontré para hacerte entender que me quería fundir en
tí-.
Me
miraba tensa con el puño derecho apretado sobre la mesa. Estábamos tan
excitados que no podíamos ver ni entender con claridad el mundo que nos estaba
pasando, simplemente dejamos que él nos tomara. Pensé
para mis adentros que ya había divagado y hablado demasiado como los locos y
había sacado de la nada un sueño. Cerré mis ojos por dos segundos, suspiré y
entonces callé. Tomé mi copa, le ofrecí el brindis a lo que ella alzó la
suya, y le dije:
-Un buen
brindis debe reunir todos los sentidos: Se toca y se siente su temperatura, se
agita y se pueden observar sus diferentes tonalidades, se acerca la nariz y se
llena de aromas, finalmente se pone en la boca y se saborea con lengua y
paladar y se deja llevar-.
Tocamos
tímidamente las copas para activar el sonido, el sentido que nos hacía falta. Muy
parecido al sexo.
-Me gustan
las analogías-, le dije.
-Me
gusta la vida y no me gusta el alcohol-, respondió.
-El
punto no es si es vino o no-, ... Refunfuñé.
-¿Pero
podría ser Agüita Bendita?-, Replicó ella
-Simplemente
debe existir una complicidad por la cual brindar aparte de un buen motivo. Date la oportunidad de
ver más allá-.
-Nuestra realidad ... ¿sería algo por qué brindar?-. Preguntó.
-Siempre!-.
Dije.
-Hoy es
luna llena... llena tu copa con ese motivo. Un buen brindis tiene todos y los
mismos elementos que una buena escena de amor-.
-Caminar
descalzo sobre la hierba también-, dijo.
-Seguramente,
podrás encontrar mil analogías que reflejan el más puro de tus
orgasmos, eso no depende tan sólo de lo que siente el cuerpo, sino más bien de cómo se transmite al cuerpo-.
-O de
mis vivencias, para ti... el vino-.
-Tu
cuerpo y tus vivencias son una sola, tu cuerpo se alimenta de tus vivencias, el
vino es una simple excusa para demostrarlo, pero igual existe la hierba... tu
hierba y para el otro, será el mar... su mar, ¡qué sé yo!-.
-Formas-,
Dijo.
-¡Exacto! ... Procura darle a tus formas el mejor motivo y acaricia tu cuerpo con ellas, para mí eso es el orgasmo.
-Ya
existe-, Dijo mirándome a los ojos.
Esa
noche con pies de plomo sobre la hierba fría de la noche, desafiante ella
se despidió abrazada a mi solitaria espalda, y yo sin fuerza
pero con firmeza apreté su pecho de sol a mí, mientras
mi pierna derecha se fundía perfectamente en medio de las
suyas, como robándome, como rescatándose.
-Todas
las debilidades de un hombre nacen de ciertas formas defectuosas de amar-, Le
susurré al oído.
Normalmente ciertas frases sean creadas por mi
inconsciente o por conscientes de terceros se adhieren a mí como viejas
lecciones de vida. Rozó mi mejilla con la suya como queriendo
hablar, poniéndose casi frente a mis tozudas ganas por besarle los delgados
labios, labios prohibidos que evité con la vehemencia de mi sueño por
volverlos a tener.
-Me
hiciste recordar a alguien que conocí hace diez años-, le dije.
-¿O sea
que tú eres lo que voy a recordar de mí, dentro de diez años?-. Con su típico
acento de pensada cordura, me preguntó al instante.
Ante
semejante brusquedad de verbo apreté los labios y puse mueca
de aceptación.
-Será que
ser el yo de hoy es tan malo?-. Le respondí luego de un corto suspiro.
Se ama
con la pretensión de la eternidad, pero nunca con la certeza de las cosas y de
cierta manera eso lo hace lindo porque se ama con la incertidumbre y con la
gana por lo que ha de venir sin tener la más mínima idea cuando ha de acabarse,
paradójicamente se muere para el otro pero seguirá vivo para vos porque de eso
se vive. Se es feliz simplemente siendo, cuando uno está feliz
consigo mismo ya se puede dar por bien servido porque ello genera que
todas las puertas se abran. Total a esta altura del partido ella es
feliz y eso incluye a todas las puertas y ventanas por las que la vida le haga
pasar. Probè del mejor amor, el del amante que busca sin preguntas y quiere sin
respuestas, que florece en una sonrisa y muere como todo, en una cama.
-Hacerte
el amor, debe ser total magia y como tal, debe ser capaz de llevarte al mundo
de las hadas, los duendes, las luces, los
vientos y la mar. Quizá se dé, quizá nos demos-.
-¿Siempre
sientes magia cuando haces el amor?-. Preguntó.
-Procuro
ese camino. Debe existir el beso mágico, magia en la caricia de recorrer un
cuerpo con dedos y tacto-. (...) Respondí con serenidad.
-Entonces
nos hacemos el amor desde que te digo "hola", hasta cuando me dices
"hasta pronto"-. Concluyó inmediatamente.
Y me
quedé mirándola en silencio mientras su silueta se alejaba, me quedé mirándola
como quien admira una obra de arte intentando objetar lo relativo que puede
llegar a ser el arte, como quien mira un poco más allá, como quien sueña con lo que jamás va a suceder, como quien aprende que amar no es poseer.
Me gusta el sonido de la madera al arder y por eso estuve en la mesita del rincón al lado de la chimenea. Organicé mis notas, tomé el cuaderno, puse el lapicero en el bolsillo de mi camisa blanca y pedí la cuenta, apagué mi Marlboro, terminé el Jack Daniels, desperté del sueño y salí a caminar la realidad. Porque yo estaba un tanto triste y ella, ella estaba estupenda.