MICROCUENTO
Un buen día notó que su cielo, ese pedazo de cielo que todos solemos tener en sueños y en realidades, no le satisfacía del todo y entonces acostado en la espesa hierba pensó que tocándolo, lavándolo y cruzándolo cambiaría para él, entonces hizo con gran esfuerzo una escalera, la más alta que pudo construirse y llegó hasta él, su cielo, su parcela de cielo, de nube, de sol, de luna y de espacio.
Y sin ningún método en mente quiso intentar tocarlo, estiró su larga escalera y con ayuda de sus delirios lo rozó, pero supo cómo era al tacto y pensó que le faltaban las blancas nubes de algodón.
Intentó con esponja en mano lavarlo y pudo hacerlo y luego le echó baldados de mar y lo colgó al sol para que se secase, pero notó que faltaba el pájaro que vuela y canta.
No consiguió un puente para llegar a la otra orilla, pero se dio maña y a fuerza de memoria y pronóstico comprobó que no era tan difícil ver del otro lado, pero le faltaba el crepúsculo.
Agotado, bajó de su larga escalera y se acomodó de nuevo en la espesa hierba a descansar y meditar y se dijo: -Este cielo no es mío, aunque sea impetuoso y desgarrado-.
Luego lentamente se puso de pie y meditando, caminó y anduvo por largo rato, luego levantó la vista y vio un cielo sin dueño y sin pretextos, sin asideros y libre, entonces lo tomó y no deseó ni lavar, ni tocar, ni cruzar y encontró el pájaro, la nube y el crepúsculo.
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